(A modo de resumen del año 2007)
Por: Amerandre.
Fotos: Amerandre – M.A.P. – Imagen de Ortiga Anaconda.
El 11 de marzo, George Bush visitó Colombia, cuyo gobierno ha sido estratégico para implementar una política de odio y represión en América Latina. El gobierno que preside Álvaro Uribe, en su política de complacencia con los Estados Unidos, y que ellos insisten en llamar de “seguridad democrática”, recibió alarde al mandatario estadounidense, culpable de innumerables crímenes de lesa humanidad, entre ellos los cometidos casi a diario en Irak. El día que Bush pisó tierra colombiana, y aún antes, el pueblo en masa hizo sentir su inconformidad: Innumerables medios nacionales e internacionales fueron testigos del asco que produce el texano, cuando decidieron recibirlo como se lo merece, como un asesino, destruyendo centros opulosos del capitalismo, los bancos, quienes fueron mostrados por los medios monopólicos de la información como víctimas del vandalismo, en contravía de lo que ellos hicieron a lo largo del año 2007: Expropiar, desalojar a familias, dejar a cientos de personas a la intemperie, sin un techo, con apoyo del Estado y sobretodo de las Fuerzas Armadas, entre ellas el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), perpetradores de múltiples crímenes contra la protesta y la movilización popular.
El 11 de marzo es un día para no olvidar: Bogotá, que alardeó de la seguridad que se tendría para recibir al presidente Bush y aseguró controlar la situación de orden público, fue testigo del poder de la masa, enfurecida ya porque dos mandatarios, uno tan sindicado como el otro, se reunían a “discutir” cómo continuar su plan de expansión, llámese Plan Colombia, Tratado de Libre Comercio, las llamadas relaciones bilaterales, etc. Los medios que ellos tienen a su disposición, no ahorraron adjetivos para el encuentro, olvidando, como siempre, lo que había sucedido en otras partes del mundo (a donde Bush viajó, hubo centenares, e incluso miles de personas que no les agradó su visita), e incluso a unas cuadras de la Casa de Nariño, justo frente al Planetario, donde una fuerza policial, el ESMAD, se preparaba a atacar todo nicho de oposición con todos los recursos a su disposición: armas letales, pipetas de gas, motocicletas con parrillero, etc. Y en la noche tampoco se desgastaron en calumniar la justa protesta popular, acusándolos, a lo menos, de vándalos que se robaron todo lo que encontraron.
La llegada de Bush marcó a la capital, y en las posteriores marchas, movilizaciones, protestas de estudiantes – sobretodo –, sindicalistas, desplazados, y el pueblo oprimido y cansado de tanta inequidad e injusticia, la represión y la constante estigmatización no dejaron de ser pan de cada día. Fue en el primer semestre del año 2007 que los estudiantes vieron florecer su espíritu crítico de nuevo, constantes paros y movilizaciones evidenciaron la falta de credibilidad en un gobierno autoritario y déspota, y sobretodo, mostraron el carácter libre pensante de la mayoría de personas. Un hecho positivo del año pasado, fue la unión de los estudiantes, que se alcanzó a lograr, en el primer semestre, en torno al rechazo al Plan Nacional de Desarrollo, el recorte a las transferencias, a algunas leyes concretas, a la política de estado de reprimir y estigmatizar, etc. Lenin dijo que cuando "los estudiantes tienen el poder, están destinados a perderlo en vacaciones"; lamentablemente esto pasó una vez más en dicha ocasión, tan pronto se acercó junio, muchos dejaron de lado el propósito de hacer un cambio, y optaron por seguir las instrucciones de muchos maestros y profesores, sacar notas de donde no había (pues prácticamente clases no hubo), entrar a vacaciones y olvidar de plano que continuaba existiendo un país pobre y explotado. Esta situación fue acelerada por las respectivas administraciones universitarias, y de colegios públicos que estaban también en movimiento, y algunos seudo caudillos estudiantiles oportunistas y poco temerarios, interesados más en las elecciones de octubre que en representar los estudiantes.
El año 2007 fue, asimismo, un año de movilizaciones, de marchas, y lo más interesante es que éstas provenían de todas partes: La derecha se hizo sentir e hizo show a partir de una tragedia, la muerte de los once ex diputados que mantenían retenidos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); aprovechó el escozor y las suposiciones sobre su asesinato (sólo meses después salieron a flote los resultados de las investigaciones), y movilizó, con ayuda de la policía, de las multinacionales, de las empresas, de los medios, en fin, de todo el aparataje estatal y para estatal, la marcha contra el secuestro, que se convirtió en un show mediático sin precedentes en la historia reciente de Colombia, ya que la misma cristalizó una marcha en apoyo al presidente, y ahondó mas la polarización del país y las múltiples visiones sobre el conflicto. Es curioso que en estas movilizaciones, que tuvieron su asidero en la creencia de que Uribe decía la verdad, no hubo ESMAD, no hubo agentes de civil tomando fotografías, sólo hubo calumnias para la oposición que se atrevió a salir y recordar que su presidente hasta ese momento había desterrado a campesinos con su lucha armada contra todo lo que oliera a terrorismo, que había elaborado falsos positivos, y lo más grave, que según denuncias de los paramilitares, él había sido elegido presidente en el 2001, gracias a la política de terror implementada por las Autodefensas quienes obligaron a votar por él: Fusil en la cabeza, voto en mano.
El país, desde principios de año, con la huída del actual canciller Fernando Araujo y la del policía Jhon Frank Pinchao de la guerrilla, y la posterior muerte de los ex diputados, sintió que era un deber ciudadano pensar sobre el drama de los retenidos, de los plagiados, de los secuestrados. Mientras el Estado aprovechaba la muerte de los once ex diputados, un profesor de Nariño recorría medio país, para clamar por la libertad de su hijo y solicitar el Acuerdo Humanitario; a medida que avanzaba la marcha, su popularidad fue creciendo, en gran medida por el furor y auge que se le dio a Gustavo Moncayo, como víctima en muchas ocasiones, pero como héroe cuando llegó a Bogotá, su parada. En Bogotá fue recibido de una forma monumental, la única persona que ha logrado parar TransMilenio, caminar por sus privadas calles y no ser detenido, reprendido, juzgado, golpeado por la policía que siempre protege intereses particulares; su protesta pacífica hizo que el propio Uribe corriera a recibirlo en la Plaza de Bolívar, y después de unos ataques soberbios contra lo que representaba Moncayo, mostrará su inhumanidad reiterando que continuaría su política guerrerista, que no apreciaría un intercambio sino con sus propias condiciones, y que su corazón grande estaba más con sus amigos congresistas y con el estatus político a los paramilitares, que con aceptar la existencia de un conflicto originado por la pobreza, por la represión de terratenientes, por la posesión de la tierra en manos de unos pocos, etc. Moncayo, sin respuesta del gobierno, decidió quedarse en la plaza, “hasta tanto no se firme el acuerdo humanitario”, en un cambuche que acopló la alcaldía distrital. Su promesa fue incumplida; duró varias semanas, pero las ofertas de viaje a Europa, doblegaron su fuerza, y la credibilidad del profesor se fue al lastre, no fue consecuente. Ciudadanos del común no dudan en calificar tal acción como una “pifia”, después de todo lo que se había logrado, movilizar a la gente en su favor, salir de Bogotá para emprender un viaje a tierras donde el conflicto parece más un video juego que una realidad, parecía una huída; no es de extrañar, entonces, que su salida no haya sido opulosa, rodeada del pueblo al igual que su llegada, y más bien, era una clara consecuencia de su incumplimiento.
El año pasado las víctimas se visibilizaron, unas más que otras dependiendo del perpetrador, y del medio que emitiese el dolor del crimen. A finales de año, la opinión pública conoció las condiciones degradantes de los secuestrados en la selva; imágenes que evidenciaban dolor, castigo, inhumanidad de los guerrilleros que mantienen detenidos a cientos de personas, que en vez de engendrar educación popular (como sería lo justo en un Ejército del Pueblo), generan terror y desconfianza en sus prácticas de adoctrinamiento. Víctimas del secuestro, como los familiares de los once ex diputados del Valle, fueron usadas para movilizar el país en torno al imaginario de la benevolencia del gobierno; cuando hablaron de la degradación del conflicto, mantuvieron micrófonos abiertos, pero cuando pidieron buena voluntad del gobierno e incluso lo acusaron de no querer la paz, no fueron escuchados y los silbidos no dejaron de sonar. Cuando las víctimas de los paramilitares fueron al congreso fueron tratados como mendigos, fueron rechazados; no tuvieron la misma acogida y no recibieron los mismos aplausos como cuando el mismo Mancuso y otros cabecillas terroristas, fueron a ese mismo recinto tiempo atrás. Y era de esperarse que los congresistas no fueran a escuchar a esas personas acongojadas por la guerra, ya que muchos de ellos (hasta este momento, unos cuarenta que están detenidos y en interrogatorios) fueron los autores intelectuales, los conspiradores, o los aliados de los crímenes; incluso pensaron en re fundar la patria a punta de plomo.
En esas circunstancias en que los escándalos y las alianzas salían a flote, algunos acuerdos entre empresas, multinacionales, y paramilitares se hacían públicos. Tal fue el caso de la multinacional Chiquita Brands, que con total cinismo aceptó colaborar con los paramilitares en la región del Urabá, lugar donde innumerables crímenes fueron perpetrados contra la población inerme, aceptando, de hecho, que Chiquita apoyó los asesinatos de esta región controlada por las autodefensas. Un digno gobierno, una real soberanía sobre el territorio, hubiera expulsado, de plano, a los funcionarios de Chiquita y el monopolio que representa la misma; pero como Colombia tiene un gobierno arrodillado al capital privado, ni siquiera se atrevió a hacerle una investigación, y fue el propio gobierno de los Estados Unidos, quien investigó a la multinacional: Lógicamente su investigación iba a favorecer los intereses de USA en la región, y no le convenía solicitar la expulsión de Chiquita; tampoco le favorecía que la Unión Europea le reclamara, y por eso optó por burlarse de Colombia, y sobretodo de las víctimas del paramilitarismo (desplazados, muertos, familias sin hogar, etc.), multando a Chiquita con una suma de dinero que causa una gran risotada: US$ 25 millones. Esa suma es apenas la cuarta parte de lo que deberá pagar McLaren, en la Fórmula 1, por espiar a sus contrincantes. Además la plata ni siquiera llegará a las víctimas; Chiquita continúa en el país, muy posiblemente siga girando sus cheques, y seguramente sus directivas están tocándose la cabeza de la risa: Se burlaron de Colombia, burlaron la justicia, mataron sus contrincantes, destruyen el medio ambiente… tal vez sean razones para que Colombia sea considerado uno de los países más felices del mundo, sólo encuestan a estos asesinos.
El gobierno muy seguramente no planteó hacerle un juicio a Chiquita, ya que él mismo se podría ver juzgado por su empadronado, por haber cometido 236 ejecuciones extra judiciales durante el año. De pronto la multa hubiese sido más alta. 236 personas fueron acribilladas, sin seguirles un proceso, violadas y torturadas por soldados que siguen las órdenes de sus superiores, y que gracias al sistema educativo que premia la ignorancia, no son concientes ni analizan lo que hacen. El gobierno defiende la vida de un niño, Emmanuel por ejemplo, pero mata a sangre fría a 236 campesinos, labriegos, y en muchos casos, personas que reclaman sus derechos. Muchos de ellos son presentados como muertos en combate, producto de enfrentamientos con la insurgencia, son vestidos de camuflado, y mostrados como exitosos resultados de plan Patriota, de la política de seguridad democrática; falsos positivos que durante el año también estuvieron a la orden del día, y que no dejaron de estar en los principales medios como operaciones exitosas de las fuerzas armadas.
Por situaciones como éstas, es que personajes como Piedad Córdoba, Hugo Chávez, y otros, deben mediar, pero son atacados sin piedad desde el bando oficial. La política de guerra no es una política de humanidad; por eso Uribe no ve con buenos ojos que se liberen a los secuestrados, aún esto sea benéfico para un par de personas retenidas y sus familiares. Por eso, también, no dudó en impedir las relaciones de Chávez con las FARC, tendientes a lograr la liberación y obtener pruebas de vida de retenidos; hizo todo lo posible para endemoniar la oposición del país y desde la República vecina; creó una idolatría personal, no vaciló en pronunciar sus sandeces; injurió al gobierno venezolano, supuestamente porque con la intermediación quería dominar políticamente la región (acuérdese de la andanada de ataques que pronunció bajo la figura de que Chávez era un imperialista, que buscaba expandir su revolución bolivariana, etc.); y demostró una vez más su compromiso con la para política, más exactamente con su primo congresista y su puñado de amigos detenidos, que con gobernar eficazmente desde lo social. El pueblo no se siente atraído por este mal gobierno, por este Estado corrupto ni este sistema criminal; lamentablemente la oligarquía sigue dominando la masa con las telenovelas y los noticieros Triple G (Guerra, Goles y Glúteos, según Jaime Garzón), cooptando de esta manera toda forma de analizar correctamente la realidad, empero, la fuerza expresada en un odio de destruir bancos, gritar, politizar desde lo cotidiano, no reflejan un terrorismo juvenil, sino una acción generalizada de protesta que todos deberían poseer: Echando una piedra no se logra un gran cambio, pero si todos tiran piedra, de pronto ya ni haya necesidad de echar piedra.
El 11 de marzo, George Bush visitó Colombia, cuyo gobierno ha sido estratégico para implementar una política de odio y represión en América Latina. El gobierno que preside Álvaro Uribe, en su política de complacencia con los Estados Unidos, y que ellos insisten en llamar de “seguridad democrática”, recibió alarde al mandatario estadounidense, culpable de innumerables crímenes de lesa humanidad, entre ellos los cometidos casi a diario en Irak. El día que Bush pisó tierra colombiana, y aún antes, el pueblo en masa hizo sentir su inconformidad: Innumerables medios nacionales e internacionales fueron testigos del asco que produce el texano, cuando decidieron recibirlo como se lo merece, como un asesino, destruyendo centros opulosos del capitalismo, los bancos, quienes fueron mostrados por los medios monopólicos de la información como víctimas del vandalismo, en contravía de lo que ellos hicieron a lo largo del año 2007: Expropiar, desalojar a familias, dejar a cientos de personas a la intemperie, sin un techo, con apoyo del Estado y sobretodo de las Fuerzas Armadas, entre ellas el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), perpetradores de múltiples crímenes contra la protesta y la movilización popular.
El 11 de marzo es un día para no olvidar: Bogotá, que alardeó de la seguridad que se tendría para recibir al presidente Bush y aseguró controlar la situación de orden público, fue testigo del poder de la masa, enfurecida ya porque dos mandatarios, uno tan sindicado como el otro, se reunían a “discutir” cómo continuar su plan de expansión, llámese Plan Colombia, Tratado de Libre Comercio, las llamadas relaciones bilaterales, etc. Los medios que ellos tienen a su disposición, no ahorraron adjetivos para el encuentro, olvidando, como siempre, lo que había sucedido en otras partes del mundo (a donde Bush viajó, hubo centenares, e incluso miles de personas que no les agradó su visita), e incluso a unas cuadras de la Casa de Nariño, justo frente al Planetario, donde una fuerza policial, el ESMAD, se preparaba a atacar todo nicho de oposición con todos los recursos a su disposición: armas letales, pipetas de gas, motocicletas con parrillero, etc. Y en la noche tampoco se desgastaron en calumniar la justa protesta popular, acusándolos, a lo menos, de vándalos que se robaron todo lo que encontraron.
La llegada de Bush marcó a la capital, y en las posteriores marchas, movilizaciones, protestas de estudiantes – sobretodo –, sindicalistas, desplazados, y el pueblo oprimido y cansado de tanta inequidad e injusticia, la represión y la constante estigmatización no dejaron de ser pan de cada día. Fue en el primer semestre del año 2007 que los estudiantes vieron florecer su espíritu crítico de nuevo, constantes paros y movilizaciones evidenciaron la falta de credibilidad en un gobierno autoritario y déspota, y sobretodo, mostraron el carácter libre pensante de la mayoría de personas. Un hecho positivo del año pasado, fue la unión de los estudiantes, que se alcanzó a lograr, en el primer semestre, en torno al rechazo al Plan Nacional de Desarrollo, el recorte a las transferencias, a algunas leyes concretas, a la política de estado de reprimir y estigmatizar, etc. Lenin dijo que cuando "los estudiantes tienen el poder, están destinados a perderlo en vacaciones"; lamentablemente esto pasó una vez más en dicha ocasión, tan pronto se acercó junio, muchos dejaron de lado el propósito de hacer un cambio, y optaron por seguir las instrucciones de muchos maestros y profesores, sacar notas de donde no había (pues prácticamente clases no hubo), entrar a vacaciones y olvidar de plano que continuaba existiendo un país pobre y explotado. Esta situación fue acelerada por las respectivas administraciones universitarias, y de colegios públicos que estaban también en movimiento, y algunos seudo caudillos estudiantiles oportunistas y poco temerarios, interesados más en las elecciones de octubre que en representar los estudiantes.
El año 2007 fue, asimismo, un año de movilizaciones, de marchas, y lo más interesante es que éstas provenían de todas partes: La derecha se hizo sentir e hizo show a partir de una tragedia, la muerte de los once ex diputados que mantenían retenidos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); aprovechó el escozor y las suposiciones sobre su asesinato (sólo meses después salieron a flote los resultados de las investigaciones), y movilizó, con ayuda de la policía, de las multinacionales, de las empresas, de los medios, en fin, de todo el aparataje estatal y para estatal, la marcha contra el secuestro, que se convirtió en un show mediático sin precedentes en la historia reciente de Colombia, ya que la misma cristalizó una marcha en apoyo al presidente, y ahondó mas la polarización del país y las múltiples visiones sobre el conflicto. Es curioso que en estas movilizaciones, que tuvieron su asidero en la creencia de que Uribe decía la verdad, no hubo ESMAD, no hubo agentes de civil tomando fotografías, sólo hubo calumnias para la oposición que se atrevió a salir y recordar que su presidente hasta ese momento había desterrado a campesinos con su lucha armada contra todo lo que oliera a terrorismo, que había elaborado falsos positivos, y lo más grave, que según denuncias de los paramilitares, él había sido elegido presidente en el 2001, gracias a la política de terror implementada por las Autodefensas quienes obligaron a votar por él: Fusil en la cabeza, voto en mano.
El país, desde principios de año, con la huída del actual canciller Fernando Araujo y la del policía Jhon Frank Pinchao de la guerrilla, y la posterior muerte de los ex diputados, sintió que era un deber ciudadano pensar sobre el drama de los retenidos, de los plagiados, de los secuestrados. Mientras el Estado aprovechaba la muerte de los once ex diputados, un profesor de Nariño recorría medio país, para clamar por la libertad de su hijo y solicitar el Acuerdo Humanitario; a medida que avanzaba la marcha, su popularidad fue creciendo, en gran medida por el furor y auge que se le dio a Gustavo Moncayo, como víctima en muchas ocasiones, pero como héroe cuando llegó a Bogotá, su parada. En Bogotá fue recibido de una forma monumental, la única persona que ha logrado parar TransMilenio, caminar por sus privadas calles y no ser detenido, reprendido, juzgado, golpeado por la policía que siempre protege intereses particulares; su protesta pacífica hizo que el propio Uribe corriera a recibirlo en la Plaza de Bolívar, y después de unos ataques soberbios contra lo que representaba Moncayo, mostrará su inhumanidad reiterando que continuaría su política guerrerista, que no apreciaría un intercambio sino con sus propias condiciones, y que su corazón grande estaba más con sus amigos congresistas y con el estatus político a los paramilitares, que con aceptar la existencia de un conflicto originado por la pobreza, por la represión de terratenientes, por la posesión de la tierra en manos de unos pocos, etc. Moncayo, sin respuesta del gobierno, decidió quedarse en la plaza, “hasta tanto no se firme el acuerdo humanitario”, en un cambuche que acopló la alcaldía distrital. Su promesa fue incumplida; duró varias semanas, pero las ofertas de viaje a Europa, doblegaron su fuerza, y la credibilidad del profesor se fue al lastre, no fue consecuente. Ciudadanos del común no dudan en calificar tal acción como una “pifia”, después de todo lo que se había logrado, movilizar a la gente en su favor, salir de Bogotá para emprender un viaje a tierras donde el conflicto parece más un video juego que una realidad, parecía una huída; no es de extrañar, entonces, que su salida no haya sido opulosa, rodeada del pueblo al igual que su llegada, y más bien, era una clara consecuencia de su incumplimiento.
El año pasado las víctimas se visibilizaron, unas más que otras dependiendo del perpetrador, y del medio que emitiese el dolor del crimen. A finales de año, la opinión pública conoció las condiciones degradantes de los secuestrados en la selva; imágenes que evidenciaban dolor, castigo, inhumanidad de los guerrilleros que mantienen detenidos a cientos de personas, que en vez de engendrar educación popular (como sería lo justo en un Ejército del Pueblo), generan terror y desconfianza en sus prácticas de adoctrinamiento. Víctimas del secuestro, como los familiares de los once ex diputados del Valle, fueron usadas para movilizar el país en torno al imaginario de la benevolencia del gobierno; cuando hablaron de la degradación del conflicto, mantuvieron micrófonos abiertos, pero cuando pidieron buena voluntad del gobierno e incluso lo acusaron de no querer la paz, no fueron escuchados y los silbidos no dejaron de sonar. Cuando las víctimas de los paramilitares fueron al congreso fueron tratados como mendigos, fueron rechazados; no tuvieron la misma acogida y no recibieron los mismos aplausos como cuando el mismo Mancuso y otros cabecillas terroristas, fueron a ese mismo recinto tiempo atrás. Y era de esperarse que los congresistas no fueran a escuchar a esas personas acongojadas por la guerra, ya que muchos de ellos (hasta este momento, unos cuarenta que están detenidos y en interrogatorios) fueron los autores intelectuales, los conspiradores, o los aliados de los crímenes; incluso pensaron en re fundar la patria a punta de plomo.
En esas circunstancias en que los escándalos y las alianzas salían a flote, algunos acuerdos entre empresas, multinacionales, y paramilitares se hacían públicos. Tal fue el caso de la multinacional Chiquita Brands, que con total cinismo aceptó colaborar con los paramilitares en la región del Urabá, lugar donde innumerables crímenes fueron perpetrados contra la población inerme, aceptando, de hecho, que Chiquita apoyó los asesinatos de esta región controlada por las autodefensas. Un digno gobierno, una real soberanía sobre el territorio, hubiera expulsado, de plano, a los funcionarios de Chiquita y el monopolio que representa la misma; pero como Colombia tiene un gobierno arrodillado al capital privado, ni siquiera se atrevió a hacerle una investigación, y fue el propio gobierno de los Estados Unidos, quien investigó a la multinacional: Lógicamente su investigación iba a favorecer los intereses de USA en la región, y no le convenía solicitar la expulsión de Chiquita; tampoco le favorecía que la Unión Europea le reclamara, y por eso optó por burlarse de Colombia, y sobretodo de las víctimas del paramilitarismo (desplazados, muertos, familias sin hogar, etc.), multando a Chiquita con una suma de dinero que causa una gran risotada: US$ 25 millones. Esa suma es apenas la cuarta parte de lo que deberá pagar McLaren, en la Fórmula 1, por espiar a sus contrincantes. Además la plata ni siquiera llegará a las víctimas; Chiquita continúa en el país, muy posiblemente siga girando sus cheques, y seguramente sus directivas están tocándose la cabeza de la risa: Se burlaron de Colombia, burlaron la justicia, mataron sus contrincantes, destruyen el medio ambiente… tal vez sean razones para que Colombia sea considerado uno de los países más felices del mundo, sólo encuestan a estos asesinos.
El gobierno muy seguramente no planteó hacerle un juicio a Chiquita, ya que él mismo se podría ver juzgado por su empadronado, por haber cometido 236 ejecuciones extra judiciales durante el año. De pronto la multa hubiese sido más alta. 236 personas fueron acribilladas, sin seguirles un proceso, violadas y torturadas por soldados que siguen las órdenes de sus superiores, y que gracias al sistema educativo que premia la ignorancia, no son concientes ni analizan lo que hacen. El gobierno defiende la vida de un niño, Emmanuel por ejemplo, pero mata a sangre fría a 236 campesinos, labriegos, y en muchos casos, personas que reclaman sus derechos. Muchos de ellos son presentados como muertos en combate, producto de enfrentamientos con la insurgencia, son vestidos de camuflado, y mostrados como exitosos resultados de plan Patriota, de la política de seguridad democrática; falsos positivos que durante el año también estuvieron a la orden del día, y que no dejaron de estar en los principales medios como operaciones exitosas de las fuerzas armadas.
Por situaciones como éstas, es que personajes como Piedad Córdoba, Hugo Chávez, y otros, deben mediar, pero son atacados sin piedad desde el bando oficial. La política de guerra no es una política de humanidad; por eso Uribe no ve con buenos ojos que se liberen a los secuestrados, aún esto sea benéfico para un par de personas retenidas y sus familiares. Por eso, también, no dudó en impedir las relaciones de Chávez con las FARC, tendientes a lograr la liberación y obtener pruebas de vida de retenidos; hizo todo lo posible para endemoniar la oposición del país y desde la República vecina; creó una idolatría personal, no vaciló en pronunciar sus sandeces; injurió al gobierno venezolano, supuestamente porque con la intermediación quería dominar políticamente la región (acuérdese de la andanada de ataques que pronunció bajo la figura de que Chávez era un imperialista, que buscaba expandir su revolución bolivariana, etc.); y demostró una vez más su compromiso con la para política, más exactamente con su primo congresista y su puñado de amigos detenidos, que con gobernar eficazmente desde lo social. El pueblo no se siente atraído por este mal gobierno, por este Estado corrupto ni este sistema criminal; lamentablemente la oligarquía sigue dominando la masa con las telenovelas y los noticieros Triple G (Guerra, Goles y Glúteos, según Jaime Garzón), cooptando de esta manera toda forma de analizar correctamente la realidad, empero, la fuerza expresada en un odio de destruir bancos, gritar, politizar desde lo cotidiano, no reflejan un terrorismo juvenil, sino una acción generalizada de protesta que todos deberían poseer: Echando una piedra no se logra un gran cambio, pero si todos tiran piedra, de pronto ya ni haya necesidad de echar piedra.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario