La “gente de bien” de Colombia se ha unido para llamar este 4 de febrero a una gran marcha nacional contra lo que ellos llaman “terrorismo”. Este llamado, impulsado fundamentalmente por el aparato estatal, los industriales, los grandes comerciantes y terratenientes y sus cajas de resonancia de la gran prensa, cuenta además con el “apoyo” público de los paramilitares además de toda la maquinaria de guerra oficial.
Este llamado, aparentemente ingenuo y “no politizado” como cacarea hipócritamente el gobierno, esconde tras de sí otros intereses más de fondo. Los “ciudadanos del común” que plantearon en la internet el llamado inicial, lejos de ser los verdaderos gestores de la iniciativa, simplemente respondieron al aparato de propaganda del régimen.
Este llamado y la actual situación que vive la sociedad colombiana recuerdan mucho, en el ambiente ideológico y político, a la Alemania prenazi, cuando Hitler llamaba a los alemanes a generar un movimiento para “salvar la nación”. No es casual. Es que hoy día igualmente para garantizar el mantenimiento del statu quo las clases dominantes requieren un gobierno de corte fascista, que prepare incluso el terreno para una intervención imperialista a mayor escala si la situación del país o la región lo requiere.
Este movimiento generado alrededor de la defensa de la “nación” contra los “bandoleros” requiere del apoyo de un movimiento reaccionario de masas en las calles, como lo expresara Goebbels del fascismo (y ministro de propaganda de Hitler): “quien controla las calles conquista las masas, y quien conquista las masas controla el Estado”. Usando estas armas Hitler transformó a millones de alemanes del común en asesinos convencidos.
El régimen de Uribe, fiel a los preceptos fascistas, ha entregado el pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y sanguinarios, todo su aparato de gobierno político y militar a nivel nacional y regional ha sido puesto en manos de narcotraficantes y paramilitares, como ha quedado claro en casos como el del DAS (la policía política del Estado), Findeter, gobernaciones, alcaldías, etc., no obstante se presenta ante la gente como un “gobierno honrado e insobornable”, que se indigna hipócritamente ante la corrupción y el saqueo del Estado, cuando éstos están en la base de su Poder.
Hasta el llamado uribista a “trabajar, trabajar y trabajar”, sigue evocando la Alemania fascista, cuando se llamaba a los trabajadores a sacrificarse por el país, y a dar su vida en la guerra o en el trabajo para mantener el “gran imperio”. Hoy día, a los millones de obreros y campesinos que laboran en las más penosas condiciones de esclavitud y explotación asalariada se les llama a apoyar este sistema que los hunde cada vez más en la miseria y el hambre.
Son los parásitos que llaman a sacrificarse por el país quienes se enriquecen con el sufrimiento diario del pueblo. En Colombia el 49,2% de la población vive bajo la línea de pobreza y el 14,7% en condiciones de miseria extrema; la pobreza afecta desproporcionadamente a las mujeres, a la población infantil, a los grupos étnicos y a los desplazados; la pobreza rural asciende al 68,2%. El 62% de los niños y jóvenes no tienen acceso a ninguna esperanza de vida plena y se debaten entre la desnutrición, la insalubridad y la ignorancia. Entre tanto el 10% de la población más rica dispone del 46,5% del ingreso total. Ese opulento 10% concentra un ingreso superior al obtenido por el 80% de la población con menores ingresos, que es del 37,7%.
Para mantener este orden, hoy día la colombiana ha sido convertida en una sociedad militarizada. No en vano de los 566.084 empleos que el Estado paga con cargo al presupuesto central, 459.687 están ocupados por personal asignado a las labores de defensa, seguridad y policía. Esto es el 81,2% de los funcionarios públicos colombianos. Hoy en día el gasto en defensa es igual a la suma de todas las trasferencias en salud, educación y saneamiento ambiental juntas. Esta militarización cuenta incluso con más de 400 asesores militares y con la utilización de mercenarios ex militares y ex miembros de la CIA, del FBI, y la DEA, a quienes el aparato de propaganda llama “contratistas”.
Para mantener este orden, hoy día la colombiana ha sido convertida en una sociedad militarizada. No en vano de los 566.084 empleos que el Estado paga con cargo al presupuesto central, 459.687 están ocupados por personal asignado a las labores de defensa, seguridad y policía. Esto es el 81,2% de los funcionarios públicos colombianos. Hoy en día el gasto en defensa es igual a la suma de todas las trasferencias en salud, educación y saneamiento ambiental juntas. Esta militarización cuenta incluso con más de 400 asesores militares y con la utilización de mercenarios ex militares y ex miembros de la CIA, del FBI, y la DEA, a quienes el aparato de propaganda llama “contratistas”.
Así mismo, de una manera sistemática y silenciosa se viene asesinando a miles de jóvenes pobres en las barriadas a través de las “limpiezas sociales”, que una vez más nos recuerdan las “limpiezas raciales” nazis a los pobres e inmigrantes, así como a la población indígena y campesina para proseguir con el sueño terrateniente de concentrar cada vez más la tierra en pocas manos (entre los cuales la familia Uribe hace parte). La Comisión Colombia de Juristas reporta 3.004 víctimas de los grupos paramilitares, desde la iniciación de sus negociaciones con el gobierno del 2000 y de acuerdo con las cifras de la Consultaría para los Derechos Humanos y desplazamiento forzado —CODHES—, entre 1986 y 2005, 3.720.428 personas fueron desplazadas de los territorios donde vivían y trabajaban. La Contraloría General de la Nación ha señalado que el área abandonada sería de 2,9 millones de hectáreas. De acuerdo con el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, sólo 2.428 propietarios (que corresponden a un 0,06% del total), poseen 44 millones de hectáreas (lo que corresponde al 53,5% de las tierras).
Para ello igualmente se tiene un sistemático control absoluto de los medios de comunicación, que aparte de pertenecer a los grupos económicos del gran capital local y de los imperialistas, son controlados políticamente para que sirvan a preparar el terreno y justifiquen todo tipo de agresión contra el pueblo, contra la clase trabajadora, como lo han venido haciendo en la represión al movimiento campesino e indígena que lucha por la tierra, en los levantamientos estudiantiles del año anterior, o en las intervenciones imperialistas contra Irak, Afganistán y Palestina apoyadas abiertamente por el régimen de Uribe.
El rechazar esta marcha fascista del 4 de febrero, no quiere decir necesariamente que se esté de acuerdo con la política o los métodos de las FARC. Lo que sí debe significar es estar de acuerdo con el derecho del pueblo a rebelarse contra la opresión y la explotación. Las FARC, al igual que las decenas de guerrillas opositoras al régimen y revolucionarias que han existido en Colombia desde el siglo XIX, no son causa sino consecuencia de la negación de las libertades y derechos del pueblo.
No obstante, las FARC no encarnan ni representan ni en su ideario político ni en su tipo de guerra, los sentimientos y aspiraciones más elevadas de la mayoría del pueblo colombiano: una firme, resuelta y cabal lucha verdaderamente antiimperialista y anti-capitalista y anti-terrateniente, que además se refleje en sus métodos. Lo que habría de reprochable en las FARC no es que se rebelen, incluso de manera armada, contra un sistema oprobioso sino que centren su trabajo en la logística de la guerra y en la consecución de recursos económicos y no en la actividad consciente del pueblo. En más de 40 años de lucha guerrillera, no han construido unas nuevas relaciones económicas y sociales que sean el embrión de una nueva nación y por el contrario con métodos como el secuestro, el trato a los prisioneros, etc. han facilitado que las clases opresoras enloden la lucha revolucionaria de los pueblos.
¿Por qué la “gente de bien” convocante de la marcha no se ha conmovido en decenas de años donde los organismo de “defensa” como el ejército, la policía y los paramilitares han torturado y asesinado con muchos métodos aprendidos no sólo de las escuelas de tortura y asesinato de Estados Unidos sino también de la Alemania nazi tales como desmembrar a los campesinos y luchadores con motosierra, violar mujeres y niños de las formas más atroces y delante de las comunidades?
¿Por qué esta “gente de bien” no se pronuncia sobre los 1.000 asesinatos selectivos de personas que son mostradas como “guerrilleros muertos en combate” —y que no son otra cosa que falsos “positivos”, según el Informe sobre Ejecuciones Extrajudiciales, presentado a finales del año pasado por una Comisión de expertos internacionales?
¿Por qué esta “gente de bien” no se conmovió cuando jefes paramilitares reconocían haber matado de la forma más atroz, uno solo de ellos, a 2.000 personas y cuando sabemos que esto sigue ocurriendo hoy día bajo el amparo de la “seguridad democrática”?
La advertencia del periodista estadounidense John T. Flynn, en 1944, de que el poder estatal se nutre de las crisis y los enemigos, es pertinente a la situación colombiana actual. Este efecto de un establecimiento nazi-fascista no es nuevo, Goebbels, el jefe de propaganda de Hitler en los años 30 y 40 empezó a organizar manifestaciones de masas con la participación activa de guardias y abanderados. Aquí se ha llegado a aceptar un estado más poderoso e intruso que el que existió antes de los años treinta en Alemania.
Ein volk, ein reich, ein führer (un pueblo, un imperio, un líder), el ideario fascista de la unidad de la nación, la autoridad y el orden son requisitos a la orden del día del líder carismático fascista, aunque en esta vez con un toque a la colombiana, ligado al despotismo feudal y a la subyugación nacional (aunque irónicamente a la par con un patrioterismo ramplón). Hoy también, el líder (con su supuesta “inteligencia superior” aducida por el propagandista José Obdulio Gaviria y con su “principio sagrado” de “seguridad democrática” que adujera también el ministrico Arias) para acrecentar la sobreexplotación del pueblo y construir una nación servil al imperialismo y estratégica en sus planes regionales, recurre una vez más a movilizar la gente al servicio de sus siniestros planes.
Pero los ánimos de lucha de nuestro pueblo jamás podrán ser pacificados de ninguna forma, pese a que los opresores hoy día están a la ofensiva. Ésta es una situación temporal que será transformada con el coraje de un pueblo luchador, que aquí y en el mundo ha demostrado su espíritu de lucha y sus anhelos por vivir en una sociedad donde los pobres sean los hacedores de la historia.
Brigadas Antiimperialistas.
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